¡Saludos
amigos!
Aquí estamos nuevamente, para intentar “comentaros” algo más de “historia”, que para eso es lo mío.
Seguimos en el siglo XIX, tan lleno
de momentos históricos y nos movemos nuevamente en el Romanticismo (aun queda, claro que si), para presentaros
brevemente algo de su credo liberal.
Vamos a ello.
CREDO
LIBERAL
Foto propiedad de Editorial Marín S. A. |
Así es, con este esfuerzo por mantener las
cosas como estaban, es decir, volver al
Antiguo Régimen, se produjo la
consolidación del autoritarismo político y religioso; no se podía detener
de una vez, lo sembrado por la
Revolución Francesa y el espíritu
ilustrado del propio siglo XVIII.
A medida que transcurría el siglo XIX, la oposición a la Restauración y al conservadurismo
fue acrecentándose de una forma vital, y así, tanto la clase media como la burguesía, que
se había dado cuenta de las
posibilidades que el liberalismo presentaba para su preponderancia política y
económica, se aferró a la idea de que el hombre era capaz de autogobernarse
y todos los liberales, en su
conjunto, estaban de acuerdo en reconocer al hombre como un fin en si mismo, y la libertad humana fue el “eje maestro” de su filosofía política.
Las fuentes del liberalismo político debían buscarse, en primer lugar, en la propia
definición de los “derechos naturales”
que, tanto Locke como los ilustrados
franceses, lograron imponer en la
Declaración de la Independencia de Norteamérica y en la Declaración de los Derechos del Hombre en
la propia Francia. Todos sostenían
unos derechos naturales básicos:
- - El hombre tenía derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad privada.
- - El Gobierno era una institución creada para mantener estos derechos.
- - Este Gobierno podía ser sustituido si fuera preciso.
A esta base general los liberales unieron dos
“ingredientes” más:
1. - El Utilitarismo
de Jeremy Betham.
2. - El misticismo
de ciertas religiones no conformistas de John Bright.
En definitiva lo que era necesario hacer era
probar, según el propio Betham, la
utilidad de instituciones existentes, en el sentido de si eran capaces de promover el mayor bien
para el mayor número. Las reformas serían necesarias a partir del momento en
que no superaran esta prueba.
STUART MILL Y
TOCQUEVIILE
La mejor exposición del “liberalismo utilitario” debe buscarse, en primer lugar en la obra
de John Stuart Mill (1806-1873), “Sobre la libertad”, que nos dice que el hombre era, por principio, un ser potencialmente racional y asociativo
y podía confiarse en él para que supiera autogobernarse, pero para ello el
hombre debía tener plena libertad de expresión y fuera capaz de respetar la
opinión ajena. “Si toda la humanidad
menos uno fuesen de una opinión, y solo una persona fuera de la opinión
contraria, la humanidad no estaría más justificada en reducir al silencio a esa
sola persona, de lo que ella, si tuviese en sus manos el poder, lo estaría en
silenciar a toda la humanidad”. En palabras del propio Stuart Mill.
Junto a este gran autor, destacó la obra del
aristócrata francés Alexis de
Tocqueville (1805-1859), que
escribió su obra “La democracia en
América” de la que previó su futura grandeza, a pesar de que se mostró
desconcertado por el igualitarismo allí
imperante y por la excesiva fe que
mostraban los americanos por la infalibilidad de la mayoría. Decir también
para finalizar esta parte del post que tanto Tocqueville como otros teóricos
del liberalismo comprendieron el peligro que representaba la tiranía de las mayorías sobre las minorías,
y la posibilidad de que la libertad
individual desapareciera ante la
fuerza de la mayoría.
Decir ya para concluir el papel de la masonería y el carbonarismo, dos de
las grandes “sectas” clandestinas en
este “juego” del siglo XIX. Y decir
también el papel del Papa, en este caso con León XII que en su “Carta apostólica” señalaba la aparición
de los carbonarios diciendo que “de estas
viejas sectas masónicas, cuyo ardor nunca se ha enfriado, han salido otras
varias mucho más detestables”, y designa entre ellas claramente a los
carbonari “que tienen por fin derribar
los poderes legítimos y producir la ruina de la Iglesia”.